Toma lo que quieras de mí, Quiéreme o destrúyeme. Destíname a este limbo como bien sabes hacerlo. No es sorpresa ver morir el atardecer en tu silencio, ni resucitar la aurora de tu orgullo a solas.
Dime cuántas son las palabras que callas, los besos que ocultas, los recuerdos que desvanecen inútilmente el tiempo. Dime cuánto me extrañas.
O finge que me quieres, o al menos finge no odiarme. Porque, aunque desnude mi alma y sus fragmentos me sepulten, no puedo huir de lo que el destino me ordena, ni puedo callar lo que me ata, noche y día, a la recurrente miseria. No puedo negar cuánto te extraño.
Y comprendes bien que no debería pero aquí me tienes. Aun cuando mi rostro es sólo ruinas y cada paso una constante condena, he de sobrevivir la agonía de que no serás mía, ni yo seré tuyo. Al menos son esas las señales de tu consigna. Siempre seré discípulo de mi tristeza, siempre lo supiste, siempre me amaste y lo hiciste incluso con esta cruz que cargo a cuestas. Y tal vez, algún día sabrás cuánto te quise, cuánto te quiero, y también por qué hui cuando todo se me derrumbaba. Llegado el límite no hay vuelta de hoja. La oscuridad transmuta el alma del ser más puro, o lo consume hasta los rincones más confusos, donde solo habita la muerte. Es la valentía, más que la felicidad misma, la que por instinto nos mantiene a flote. Y yo, con la poca felicidad que me queda, quiero decir que hiciste que todo el dolor de vivir valiera la pena.
Ahora, francamente, naufrago en mis abismos más impíos.
Seré pues, cópula del aislamiento eterno, verdugo en el laberinto de mi mente, en aquellos pasillos dónde guardo nuestras memorias, la arena de tus manos y los febreros perfectos. Me ahogaré en los escombros de tus suspiros, en los versos de tus cartas y en el polvo que hoy arropa nuestro piano. Te escribiré una luna como aquellas noches que nos separan y me envolveré en la paranoia de tropezar y no encontrarte por cada una de nuestras calles.
Tú siempre supiste hacia donde ir, y me dolerá toda la vida verte caminar mis pasos sin poder tomar tu mano. De todas maneras, yo también supe hacia qué rincones me arrojaría la muerte, Pero sé también que mi soledad un día volverá a encontrarse con la tuya, y los atardeceres se cubrirán de arte y misterio, de acordes y ensueños. No daré vuelta a esta página; nunca lo hice. Pero tampoco puedo reescribirla. Sin embargo, puedes reescribirme y resucitar la historia.
Mi alma estará rota, pero siempre estará abierta
para ti.
-Alan.
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