Decían que si una mujer corría más de 1.5 kilómetros, su útero se caería. Esa era la absurda creencia que dominaba el deporte durante gran parte del siglo XX. En 1967, una joven universitaria llamada Kathrine Switzer decidió demostrar lo contrario y terminó cambiando la historia del atletismo para siempre.
Kathrine amaba correr, pero había un problema: el Maratón de Boston, la carrera más prestigiosa de Estados Unidos, tenía prohibida la participación femenina. Se decía que las mujeres eran demasiado débiles, que no podían resistir 42 kilómetros, que ni siquiera era “femenino” intentarlo. Pero ella no aceptó esas limitaciones. Para poder inscribirse, utilizó un apodo con iniciales, ocultando que era mujer.
El 19 de abril de 1967, con el dorsal 261 en el pecho, Kathrine se lanzó a las calles de Boston. Al inicio, nadie notó nada extraño. Pero a los pocos kilómetros, el organizador Jock Semple la vio y enloqueció: se lanzó sobre ella, intentó arrancarle el número y gritó que no tenía derecho a estar allí. Quería sacarla a la fuerza porque, para él, ver a una mujer corriendo con un dorsal era una ofensa a la tradición.
En ese momento, su novio, jugador de fútbol americano, lo empujó con tal fuerza que lo sacó del camino. Kathrine, con miedo y con lágrimas contenidas, siguió corriendo. A su lado iba su entrenador, que la animaba a no detenerse. Durante más de 4 horas, luchó contra el frío, el cansancio y el peso de saber que todos la miraban como una intrusa.
Finalmente, cruzó la meta en el puesto 46 entre más de 700 hombres. Ese día no solo completó un maratón. Ese día demostró que la resistencia no tiene género. Su imagen defendiendo el dorsal 261 se convirtió en un símbolo mundial.
Gracias a su valentía, 5 años después, en 1972, las mujeres fueron aceptadas oficialmente en el Maratón de Boston. Y hoy, millones de corredoras alrededor del mundo siguen sus pasos.
Kathrine Switzer no solo corrió una carrera. Corrió contra los prejuicios, corrió contra la ignorancia… y ganó.
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