´La habitación de al lado´… Mucho diseño, alguna soflama, escasa emoción

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Por José Luis Vázquez
Asisto a ver el último estreno de Pedro Almodóvar sin prejuicio alguno, aunque tenga que reconocer que ni el personaje ni la persona me hacen especial gracia y admita que se encuentra en mis antípodas. Pero esto, ni con él ni con nadie del signo y ya no me refiero al político que sea me ha condicionado jamás para juzgar su obra. Un ejemplo, me cae infinitamente mejor por múltiples motivos Antonio Banderas que Javier Bardem, sin embargo, el segundo me parece mejor actor, o me convence más si lo prefieren. Llevado ya al extremo, me parecen grandiosas “Olimpiada”, “El acorazado Potemkin” y la fundacional “El nacimiento de una nación” y, sin embargo, me parece repugnante lo que postulan: nazismo, bolcheviquismo y racismo. Y así podría seguir poniéndoles mil ejemplos de todo tipo en torno a esto.
Por ello, cuando el manchego, se despacha con una secuencia tan panfletaria y sonrojante como esa especie de monólogo de John Turturro, no me molesta tanto lo que suelta (referido al cambio climático, al neoliberalismo, etc) pues incluso puedo suscribirlo, sino la manera que tiene de llevarlo a cabo. Acepto encantado las soflamas a cambio de que me las vendan con arte, estilo, gracia, emoción. No es el caso. Y, por supuesto, no voy a entrar en ese juego de sus otrora ausencias y silencios, ya que podría tirar sobre lo callado que solía estar durante los años de plomo de ETA. Me quedo ahí porque reduciríamos esta bendita pasión del Séptimo Arte al barro político que estamos viviendo en los últimos tiempos. Y por ahí no paso.
Y aunque el Almodóvar que más me estaba gustando es el de este último tramo de su en general brillante carrera con la excepción de “Madres paralelas” (ahí el batiburrillo venía determinado por las fosas comunes, Rajoy y otros revueltos más), ese que sin duda se viene revelando más serio, intimista e incluso si me apuran “bergmaniano”, el de las excelentes “Julieta” y, especialmente “Dolor y gloria”, y dejando claro que a lo largo de su trayectoria son más las obras suyas que me gustan que las que no, aquí creo que vuelve a retroceder unos pasos por más que el cegador oropel y la “inteligencia cultural” se haya vuelto a rendir a su “sublime arte”. Por otra parte, su basamento, el guion, me resulta de los más ortopédico, autocomplaciente y hasta si me apuran relamido. Amén de que sus diálogos me suenan impostados.
Por supuesto, admito que es un cineasta importante, con un sello propio y que ya ha pasado a la historia como un referente, pero también cargo en su haber en varias ocasiones oquedad, artificio y pretenciosidad. Digo todo esto desde el mayor respeto, consideración y siempre reconociéndole sus varios méritos acumulados hasta la fecha. Y, por favor, no se piense que hay inquina por mi parte, ni mucho menos, no van por ahí mis tiros, tan solo sinceridad de alguien apasionado, como él, por el Séptimo Arte y también por la cultura estadounidense de la que aquí hace alarde.
A propósito de esto, también las referencias culturales creo que están un tanto metidas con calzador, desde Carrington a James Joyce. Agradezco, eso sí, ese homenaje al genial Buster Keaton y a su magistral e insuperable a día de hoy “Siete ocasiones”, este sí celuloide impagable, inmejorable. O a esa divina por demasiado humana “Dublineses”. Aquí sí que la nieve le otorgaba verdadera pátina poética al relato, como en los maravillosos melodramas de Douglas Sirk con la estelar pareja Rock Hudson/Jane Wyman.
Hablando de intérpretes, esta es una de las mejores cosas de “La habitación de al lado”, su dupla femenina protagonista, las espléndidas Julianne Moore y Tilda Swinton. Verlas, escucharlas en pantalla ya supone todo un placer. Moore no recuerdo que jamás haya estado mal, hasta en su menos relevante actuación tan solo cabe tildarla de estupenda. Los planos que aquí se le regalan son merecidos y de pura justicia… esto sí que la califico sin matices de poético.
Pero me parece mentira que, con los buenísimos mimbres existentes, con las interpretaciones de estas dos señoras y con esa historia de fondo a propósito de la muerte, de la eutanasia, no me invada en modo alguno la emoción. A lo mejor tampoco era esa la pretensión, vayan ustedes a saber con las intenciones de cada cuál. Refiriéndose precisamente a la parca, me resulta superior la coetánea, intimista, la casi susurrante “Los destellos” de Pilar Palomero
Definitivamente no, pese al potente material utilizado, no me conmueve, me deja frío como un témpano esta propuesta. Tan solo me quedo aparte de con las interpretaciones reseñadas, con su aquí nunca falla el manchego espléndido diseño de producción, algún plano de Swinton que es casi puro Edward Hopper, esos tonos vivos, ese rojo incandescente tan habitual en la filmografía del de Calzada de Calatrava o algún plano de Swinton que es casi puro Edward Hopper. Lamento no poder penetrar en su supuesta intensidad, aunque tampoco me desengancho del todo gracias a esos aspectos.

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