CAPÍTULO II: CÓMO PASAR UN RATO TRANQUILO EN LA LAGUNA DE HUMANTAY

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El cuarto día por Perú comienza temprano en el Kurumi Hostel, donde un día más nos han preparado un desayuno para el camino. Antes de dejar Cusco guardamos a buen recaudo en el Hostel todo lo que no vamos a necesitar en el Salkantay: llevaremos las mudas justas y quita y pon de camiseta y pantalón, agua, frutos secos y ropa de abrigo. Cualquier peso de más puede complicar la ruta.
Nos recomiendan no seguir el maps y bordear la calle de los bares, y llegamos poco antes de las 6:30 al colectivo, que tarda una hora larga en salir. ¡Qué nervios!

En Molepata pagamos el acceso al parque y compartimos entre todos el taxi hasta Soraypampa: conductor y copiloto, cuatro personas en el asiento de atrás y uno más en el maletero de la ranchera junto con las mochilas.
En Soraypampa localizamos el refugio de Nacho nada más llegar, no hay pérdida, y conseguimos habitación y pedimos unos sándwiches de palta y huevo para comer en la laguna. Esperando que lo preparen me doy cuenta que de solitaria la ruta no tiene nada, y pronto se llenan todas las camas.

Presentamos la entrada en el puesto de control y comenzamos a subir poco a poco con la emoción a flor de piel. Seguimos las flechas, pero casi no hace falta porque bajan caminantes y mulos sin parar. El camino no era muy complicado, lo complicado era subir a la altura a la que estábamos; cada poco nos parábamos a recuperar el aliento, era como si estuviésemos corriendo un maratón a paso visto desde la perspectiva de una tortuga que respira como un pez fuera del agua. Sólo era cuestión de ir parando cuando lo necesitábamos.

Llegamos a la laguna en el mejor momento y estamos casi solos. Impresionan la inmensidad de las aguas turquesas, la grandeza de las nieves perpetuas y el haber luchado contra la altura para llegar allí. Hace un día precioso, y de vez en cuando estremece escuchar el murmullo, como un trueno, de lo que parecen ser pequeños desprendimientos en la cima.
Charlamos con Francisco, que había subido con nosotros en el maletero del coche pero se quedaba en otro refugio. Nos hacemos fotos. Disfrutamos del sol, del reflejo del agua y el cantar de las aguas a nuestros pies y, después de lo que ha parecido un momento, llega la hora de bajar para que no nos alcance la noche.

La bajada la realizamos acortando en zigzags más rectos, y dejamos a un lado la ruta que hemos seguido para subir. Es mucho más rápido, y vamos poco a poco porque aún nos dura el susto en el cuerpo de la caída de la tarde anterior.
Paramos a ver llamas y alpacas pastando, y aprovechamos para darnos la vuelta de vez en cuando y contemplar de nuevo el pico desde donde acabamos de bajar.
Una vez en el Refugio nos dicen que el calentador está estropeado y no hay agua caliente, con lo que decidimos tomar una cerveza y no tentar la suerte con una ducha fría; para el primer día las toallitas húmedas deberían bastar.

La cena se sirve puntual y la acompañan de una bolsa de agua caliente para cada uno de nosotros. A esas alturas la noche va a ser fría. Charlamos con Laia y Carla, que llegaron a primera hora en el bus de un grupo organizado y están en un break sabático mientras dure el dinero. Pasan cobrando las habitaciones y nos vamos a la cama con nuestra bolsa de agua caliente. Nos espera la cima del Salkantay, varios días de paseo por las alturas y alguna lagrimita que seguro se nos escapa por la emoción.

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