Miguel Vega de La Cruz, “El Niño Miguel”, dio el salto del anonimato a la fama, por su primer disco en 1975, Cuando contaba sólo con 23 años, y dicho disco no tiene desperdicio, pues “Brisas de Huelva” que por desgracia no recordaba en los últimos años de su vida, fue la mejor pieza por fandangos de Huelva parar guitarra de concierto, pero dicho trabajo, lo encabezó con una gran obra: Vals flamenco”, que por su supuesto, lo definió perfectamente como distinto. Es que tenía que ser el Miguel de toda la vida, el que a nadie se pareciese, porque podría haber compuesto una rumba (que era lo más frecuente), unas sevillanas, una bulería, un tango; o como mucho imaginar, una colombiana o algo así marchoso, para abanderar el disco. Sin embargo, compuso lo inesperable: un vals. Una pieza de la música de salones reales que tuvo su hegemonía en una determinada época en el Imperio Austro-Húngaro de la Europa Central. Qué casualidad, no pudo pensar en otro palo, así era Miguel. Y lo sacó, y lo apellidó “flamenco”, porque a excepción del compás y ritmo, hasta entonces absolutamente nuevos en el flamenco, los acordes, las secuencia de los mismos en las cuatro partes que lo forman, además de estribillo y final, no pueden ser sonar más flamencos y andaluces. ¿Quién ha conseguido esa unión en la historia de la guitarra? Es cierto que la guitarra flamenca se ha fusionado con el jazz, con escalas enlazadas e improvisadas, importadas de Norteamérica, bajo la influencia de músicos de aquellas tierras, la mayoría de las veces, acompañadas de saxo, bajo, guitarra acústica, batería, y quizás otros instrumentos. Hay quién lo ha criticado y quién lo ha aplaudido. Ni entro ni salgo. No obstante, han sido los músicos españoles (pluralizo para abstenerme de una tácita crítica) los interesados en buscar nuevas escalas armónicas y digamos emigrar para aprender y después importar. Pero a Miguel le bastó con darle los tonos a Antonio Sousa otro onubense para el acompañamiento y sin salir de este rincón de España, lo espetó en su primer disco, y enardecido por un acompañamiento orquestal, para asombro de la crítica. En lo sucesivo nadie se atrevió a experimentar algo similar, pues hacerlo ya carecía de la originalidad exclusiva del Niño Miguel.
La pieza musical está compuesta en una escala armónica absolutamente inusual en el flamenco. La nota tónica es en “do” sostenido, para los aficionados a la guitarra, “do”, pero con la cejilla en uno, y llega hasta la mayor. La originalidad es absoluta, no existe ningún palo en el espectro de toques para los diversos palos flamencos (soleá, seguiriya, tarantos…) que tenga es cadencia melódica. Sin embargo, hay una obra de Esteban Sanlúcar que Paco de Lucía introdujo en su obra discográfica: “Los Panaderos Flamencos”, una composición musical que tampoco pertenece a ninguna categoría de modalidad flamenca clasificada, de ritmo rápido e idéntica secuencia de acordes que el Vals Flamenco. Interrogué a Miguel si había tomado del tema de Esteban Sanlúcar la cadencia armónica para su Vals Flamenco, y se respuesta fue inmediata: “sí”. No obstante, el ritmo de la obra del sanluqueño no tiene parecido alguno a la del Niño Miguel.
El Vals flamenco consta de un preludio, estribillo, y cuatro movimientos que se distribuyen a lo largo de la pieza en el siguiente orden: preludio- estribillo- primer movimiento – estribillo- segundo movimiento- secuencia troncal de acordes- tercer movimiento- estribillo- cuarto movimiento- estribillo final. El exuberante picado que finaliza la introducción mece la melodía con ligados entra la quinta y cuarta cuerda; a continuación, aflora el estribillo con la elegante cadencia rítmica de un vals con un fabuloso acompañamiento orquestal. “Yo los músicos no los he visto nuca”, me dijo Miguel, sin embargo, en el programa de RTVE que presentaba Fernando Quiñones, Miguel toca el Vals Flamenco delante de toda una orquesta de cámara. El segundo movimiento reviste gran dificultad en la ejecución puesto que la mano izquierda ha de descender casi hasta la boca del instrumento; y una secuencia de acordes troncales da salida a las segundas partes, que se siguen del estribillo, silenciado de forma progresiva en el disco.
Constituye quizá la obra más conocida de “El Niño Miguel” por su originalidad y extensión, en la difícil ejecución de una armonía que causa sensación de novo para todo aquel que la escucha.
Por suerte para mí, una fría mañana de enero de 2012, cuando le enseñé mi guitara de arce rizado con el clavijero de Palo al creador del Vals Flamenco, cuando la cogió entre sus manos, dijo: “Qué buena guitarra, y qué bonita”, cuando le dije que tocase el Vals Flamenco, parece que un ángel bajó del cielo y lo ayudó para dejarme perplejo.
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