La caridad concede favor de Dios| Santo Cura de Ars|Peregrinos Espirituales.

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¿Qué cosa podremos imaginarnos más consoladora para un cristiano, que tuvo la desgracia de pecar, que el hallar un medio tan fácil de satisfacer a la justicia de Dios por sus pecados? Jesucristo, nuestro divino Salvador, sólo piensa en nuestra felicidad, y no ha despreciado ningún medio que nos permita recibirla.
Por la limosna podemos fácilmente rescatarnos de la esclavitud de los pecados y atraer sobre nosotros y sobre todas nuestras cosas las más abundantes bendiciones del cielo. mejor dicho, por la limosna podemos librarnos de caer en las penas eternas. ¡Cuan bueno es un Dios que con tan poca cosa se contenta!
De haberlo querido Dios, todos seríamos iguales. Mas no fue así, pues previó que, por nuestra soberbia, no habríamos resistido a someternos unos a otros. Por esto puso en el mundo ricos y pobres, para que unos a otros nos ayudáramos a salvar nuestras almas. Los pobres se salvarán sufriendo con paciencia su pobreza y pidiendo con resignación el auxilio de los ricos. Los ricos, por su parte, hallarán modo de satisfacer por sus pecados, teniendo compasión de los pobres y aliviándolos en lo posible. Ya veis pues, cómo de esta manera todos nos podemos salvar. Si es un deber de los pobres sufrir pacientemente la indigencia e implorar con humildad el socorro de los ricos, es también un deber indispensable de los ricos dar limosna a los pobres, sus hermanos, en la medida de sus posibilidades, ya que de tal cumplimiento depende su salvación. Pero será muy aborrecible a los ojos de Dios, aquel que ve sufrir a su hermano, y pudiendo aliviarle, no lo hace.
Para animaros a dar limosna, siempre que vuestras posibilidades lo permitan, y a darla con pura intención, solamente por Dios, voy a mostraros:
primero. Cuán poderosa sea la limosna ante Dios para alcanzar cuanto deseamos;
segundo. Cómo la limosna libra, a los que la hacen, del temor del juicio final; Tercero. Cuán ingratos seamos al mostrarnos ásperos para con los pobres, ya que, al despreciarlos, es al mismo Jesucristo a quien menospreciamos.

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