EL MERCADO DE SEGUNDA MANO MAS ANTIGUO DE EUROPA: ENCANTS VELLS

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En la Barcelona del siglo XIII vivían unos 40.000 vecinos. En la hoy Plaça de Sant Jaume, estaba la primitiva iglesia del mismo nombre. En sus pórticos, los judíos solían celebrar las subastas de ropa de los difuntos, vender retales de sastres, trapos viejos y libros desechados por los libreros.

En 1380, los barceloneses, afectados por la crisis del crédito, culparon a los judíos de sus problemas económicos. Las tensiones explotaron finalmente el 5 de agosto de 1391, cuando una multitud de cristianos atacó la judería de la ciudad matando a unas 300 personas.

La comunidad judía de Barcelona, que era la más grande de Europa, había sido fundada en el siglo X y contaba con unos 4000 miembros. Tras la masacre, algunos judíos se convirtieron al cristianismo o se exiliaron de la ciudad. Muchos se establecieron extramuros, en el Call Menor, también conocido como Call de N’Àngela o call d’En Sanahuja.


En 1392, la torre del call fue derribada para renovar la plaza. Como consecuencia, el mercado de los encantes se trasladó temporalmente a la Plaça Nova, frente a la catedral donde estaba el mercado de víveres y muebles viejos.


En 1430, el mercado de los encantes se trasladó a las "Votes dels fusters", que hoy se conoce como "voltes dels encants". El mercado se encontraba entre la calle Consolat de Mar, cerca del Pla de Palau y la Lonja, que se estaba construyendo. El mercado estuvo en este lugar durante 500 años.

Durante la ocupación francesa nació LA FERIA DEL BELLCAIRE fuera de las murallas, en la actual intersección entre la ronda de Sant Pere y Passeig Sant Juan.

En 1808, el mercado de los encantes se trasladó a la Rambla, entre la calle Portaferrissa, la iglesia de Belén y el Cuartel dels Estudis. En este lugar, el mercado se conoció como "Encants Vells" y se celebraba los domingos por la mañana.
En 1822, las paradas de ropa vieja, chatarra y trastos viejos del mercado de los encantes se trasladaron nuevamente al paseo de la Explanada, entre el Born y el convento de Sant Agustí Vell.


En 1833 empezó la confusión entre los encantes y la feria del Bellcarie cuando algunos de los paradistas del mercado de los encantes, descontentos con el traslado al paseo de la Explanada, volvieron a la calle Consolat de Mar, junto al actual edificio de Correos.


En este lugar, se celebraban subastas públicas, además de puestos de dentistas ambulantes, quincalleros, vendedores de libros de segunda mano, perfumistas, quitamanchas y remendones. Las paradas de los encantes estaban abiertas lunes, miércoles y viernes, mientras que la feria del Bellcaire sólo se celebraba los domingos.


La etimología del término "Bellcaire" es controvertida. Algunos expertos creen que proviene del mercado de lujo de Beaucairey, un municipio del Languedoc-Roussillon. Sin embargo, el folklorista Joan Amades opinaba que el término proviene de "vell caire", "carácter viejo", en referencia al género de segunda mano. El término encantes proviene del hecho de que los precios de los artículos se cantaban en voz alta, de ahí el término "en cants".

Una reciente investigación del Taller de Historia del Clot-Camp de l’Arpa, ha demostrado que la feria de Bellcaire data realmente de los inicios del siglo XIX, y no de la época medieval.

Tras la demolición de las murallas a partir de 1854, la zona comprendida entre las actuales plaza de España, Gran Vía, ronda de San Antonio, de Sant Pau y el Paralelo era una gran explanada que, con los años, daría forma al barrio de San Antonio.

En 1882, el Ayuntamiento de Barcelona decidió trasladar provisionalmente la feria del Bellcaire al mercat del Pedró, y los Encantes, a la Cruz Cubierta, cerca del mercado de San Antonio.
La orden no fue del agrado de los vendedores, que temían que no vendrían suficientes clientes a una zona tan poco concurrida.

En vísperas de la Exposición Universal de 1888, aún quedaban algunas paradas de segunda mano en la calle Consolat de Mar que afeaban el entorno del Paseo Colón, donde se celebraba la exposición.
Además, muchos comerciantes de la zona se quejaban de que los feriantes les hacían la competencia vendiendo artículos nuevos sin pagar los impuestos correspondientes.



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