Estamos acostumbradas a que la presidenta de la Comunidad de Madrid nos sorprenda con la creación de chiringuitos para quienes dicen aborrecer los chiringuitos. Ocurrió con esa Oficina del Español en Madrid, donde se habla sueco, para el actor Toni Cantó, un político al que solo quería Teodoro García Egea en el PP y que se ha quedado sin padrino en un abrir y cerrar de ojos. Muy atentos a su futuro.
Lo de este miércoles, sin embargo, con el nombramiento del matador de toros José Ortega Cano como vocal de otro chiringuito llamado Centro de Estudios Taurinos no lo vimos venir. Sí, todos conocemos a Ortega Cano, ahora sobre todo, por sus apariciones en televisión relacionadas con escándalos familiares. También y sobre todo, porque fue condenado y cumplió pena de cárcel por matar a un chico llamado Carlos Parra en 2011, casado y con dos hijos, cuando, triplicando la tasa de alcohol, invadió el carril contrario de una carretera a gran velocidad y se llevó el coche de Parra por delante. Solo por esto, y por respeto a los padres de Parra, este nombramiento nunca debería haberse producido con dinero público. También porque para el señor Ortega Cano no existen el respeto ni la vergüenza: en 2019, durante una entrevista en Telecinco el matador de toros dijo que tuvo el accidente porque estaba muy cansado. La familia de Carlos Parra emitió un comunicado acusándole de mentir. Tanto dolor restregado por las narices de las víctimas.
Este Ortega con tan pocos escrúpulos va a estar en un Centro de Estudios Taurinos de la Comunidad de Madrid, cuyo presupuesto se ha disparado un 880% desde 2016 y que ronda los cuatro millones de euros para gestionar la Plaza de las Ventas y el Museo Taurino, además de subvencionar una actividad inhumana.
Este dinero se destina, en definitiva, a hacer apología de la tortura y la muerte de los animales, en este caso, los toros, aunque los caballos también se llevan los suyo muchas veces. ¿Y los que los matan?, me dirán los defensores de esta práctica sanguinaria. ¿Acaso no corren riesgos también? Sí, pero ellos, los maltratadores de toros, eligen dedicarse a una de las tradiciones más rancias, vergonzosas y crueles de la historia de España, que solo produce dolor y muerte animal y satisfacción a los sádicos. Un negocio basado en la falta de empatía y de respeto.
Este año, en España, los animales por fin han pasado a ser considerados legalmente seres sintientes, es decir, que que no podrán ser embargados, hipotecados, abandonados, maltratados o apartados de uno de sus dueños en caso de separación o divorcio. Porque sufren y sienten. Según el último estudio de la Fundación BBVA sobre este asunto, el rechazo de españoles y españolas a la tauromaquia, los circos con animales, la caza deportiva, las investigaciones de cosmética con animales, su uso en la ropa o, en particular, en los abrigos de piel supera el 8 sobre 10. Queremos y respetamos cada vez más a los animales no humanos. Falta camino, pero avanzamos.
No obstante, el Gobierno de Ayuso, que esta semana ha despedido a 6.000 de los 11.000 sanitarios contratados durante la pandemia para un sistema público en los huesos, quiere seguir gastando dinero de nuestros impuestos en la aberración taurina, una sanguinaria fiesta abocada al fracaso pese a los aspavientos y colorines de sus ejecutores. La inclusión de Ortega Cano en ese chiringuito que es el Centro de Estudios Taurinos ha venido a confirmarnos la decadencia del espectáculo de torturar, matar y mutilar animales por diversión. Y se acabará un día no lejano, y en Público nos alegraremos.
Me quedo, para terminar, con las palabras del gran actor británico Ricky Gervais: “Prefiero que no haya corridas de toros, pero si alguien decide torturar hasta la muerte a un animal por diversión, prefiero que gane el toro”.
'Los tres pies al gato' de Ana Pardo de Vera de esta semana.
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