Orando en todo tiempo – martes 31-12-2024

LA ORACIÓN, LA GLORIA DEL UNO, EL EVANGELIO DE VERDAD Y LA CRUZ HABLA DE RECONCILIACIÓN.

Juan 17:22, La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno.

Claramente no podíamos por nuestras propias fuerzas producir para nosotros mismos una nueva vida y eterna. Cualquier intento de reconciliarnos con Dios desde esa vieja vida, desde aquel primer nacimiento, desde la pasada manera de vivir, sería totalmente infructuoso. Esa sangre derramada es el precio pagado por nuestra reconciliación, y así mismo, la profundidad y el alcance de esa reconciliación. Si podemos ver la vida espiritual que nos otorga el evangelio y el amor que actuó a nuestro favor, sin duda nos entregaremos al crecimiento vivo que nos conduce a vivir plenamente en esa reconciliación. Es necesario saber que cuando vemos la reconciliación otorgada en la cruz, también veremos en nosotros aquella naturaleza y manera de vivir que no puede ser aceptable, porque es contraria y enemiga a Cristo. Todo aquello que pertenece al viejo hombre, seguirá siendo enemistad con Dios. Si oímos el anuncio de nuestra reconciliación, esa palabra viva buscará crecer hasta ocuparlo todo; será una llama pequeña que, si no es apagada, consumirá todo en el corazón para que permanezca sólo lo que es verdadero. Esa experiencia por la cual nos conduce el evangelio puede resultar en incomodidad, tristezas y clamores, que serán muy provechosas para aquellos que anhelan la verdad y la vida del evangelio. No busca el evangelio nuestras tristezas, sino nuestra vivificación y santificación.

2 Corintios 5:18-19, [18] Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; [19] que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.
2 Corintios 7:10, [10] Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte.