El día a día de un pescador de ciénaga por Edelmiro Correa, desde San Sebastián Lorica- Córdoba

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MURIÓ LA PESCA EN EL RÍO
Sentado sobre el tronco de un viejo guásimo el compae Isidoro recorre con la mirada una amplia zona del río Sinú, cuyas aguas siguen bajando tranquilas. Apenas, de vez en cuando, un pequeño chere sube a la superficie para sacudirse y volver a hundir.

El cielo está despejado. De los patos cuervos no hay vestigio alguno. Han desaparecido cuando hasta hace pocos años, en bandadas, ofrecían el gran espectáculo recorriendo el Sinú y haciendo gala de su pericia en la caza de los grandes cardúmenes de barbules de los que era rico este río, principalmente en época de verano.

Junto a Isidoro está arrumada su vieja atarraya a la espera de la aparición de la primera mancha de bocachicos que, según la tradición, debe aparecer de un momento a otro, pues es nada menos que 8 de diciembre, día tradicional de la primera subienda en el río Sinú.

Desde las cinco de la mañana, entre oscuro y claro, Isidoro buscó ubicación. Ya se ha fumado tres tabacos de los llamados monte en burro . Siente cansancio en los párpados, las horas transcurren y de la subienda nada. El sol es una inmensa bola de candela que todo lo quema, la quietud es total, el río sigue su marcha rumbo al Caribe.

Isidoro continúa con la mirada expectante. Ni se ha dado cuenta que el tercer tabaco está apagado desde hace más de una hora, la ceniza está fría. Por fin se decide a comer algo. Desenvuelve la sarapa que bien temprano le entregó Chave, su mujer. Dos plátanos verdes sancochados y un pedazo de queso.

La espera sigue. A las seis de la tarde el ataque de los mosquitos lo obliga a retirarse del lugar. Muy triste, con la atarraya al hombro y el mocho de rula en la mano, se dirige a su rancho. Va con las manos vacías. Allí lo está esperando Chave y sus tres pequeños hijos. Esa tarde el arroz va sin liga, pues el río no hizo su aporte. El Compae madrugó lleno de ilusiones y regresa entristecido.

La tradición Tradicionalmente, en el río Sinú la primera suba de bocachicos y bagres se presenta el 8 de diciembre, Día de la Inmaculada Concepción. Para esa fecha, las aguas se llenaban de canoas, y en las orillas, los pescadores recorrían las riberas buscando los claros para lanzar sus atarrayas.

La tradicional subienda, que reunía desde Momil hasta Tierralta, pasando por Purísima, Lorica, San Pelayo, Cereté y Montería a centenares de pescadores, compradores, transportadores, vendedores de comidas, fritangueras y hasta puestos en donde se vendían licores y cerveza, desapareció.

Por el Sinú ya no se ven ni los patos cuervos. Hasta las licetas se perdieron: las canoas se las llevaron. Sólo quedan los recuerdos de aquellos meses de diciembre y enero cuando todos los hogares monterianos eran invadidos de la exquisita especie para felicidad de todos, principalmente de aquellas familias pobres que lo adquirían por bultos, a precios irrisorios, y después de abrirlos técnicamente, les ponían algo de sal y los colgaban del techo en las cocinas, sobre la hornilla, para que se conservaran con el calor de las brasas de leña. Hoy en el Sinú sólo hay desolación.

Desde la Ciénaga Grande del Bajo Sinú, en cuyas riberas se encuentran los municipios de Chimá, Momil, Purísima y Lorica, comenzaba la pesca de la tradicional subienda. El bocachico también se desplazaba por el caño de Bugre pasando por tierras pelayeras y cereteanas.

En todos estos lugares se fueron ideando todo tipo de sistemas para su captura, hasta el punto que llegaron al taponamiento total de los caños de Aguas Prietas, en la Ciénaga Grande del Bajo Sinú y de Bugre, en Cereté, para cortar su avance hacia las cabeceras en donde tradicionalmente se ha cumplido su proceso de desove. Por los taponamientos construido no pasaba ni el chico, ni mucho menos el grande.

En el caño de Betancí, arriba de Montería, ante la indiferencia de las autoridades, se llegó hasta utilizar plantas para envenenar el agua y matar todas las especies.

El Negro Ojeda, quien junto con su familia se ha dedicado toda su vida a la pesca con atarraya y chinchorro , en los ríos Sinú, San Jorge y Cauca, todavía añora aquellas subiendas de finales de la década de 1950. Eso era cuando en Montería el pescado no se vendía, sino que era regalado y sólo se cobraba cinco centavos por escamarlo y relajarlo o abrirlo.
Fragmento tomado de: https://www.eltiempo.com/archivo/docu....

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