Toño García y los gaiteros de San Jacinto

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PERSONAJE DE LA CULTURA DEL CARIBE
Un auténtico gaitero de 90 años
Música
25 Ene 2020 - 9:00 PM
Numas Armando Gil Olivera * / Especial para El Espectador
Toño García es uno de los Auténticos Gaiteros de San Jacinto, Bolívar, y este es un perfil escrito por un filósofo que lo conoce a fondo.

El gaitero sanjacintero Manuel Antonio García Caro, Toño, es un hombre callado, muy serio. A los 90 años es uno de los tres sobrevivientes del mítico grupo Los Auténticos Gaiteros de San Jacinto, junto con Juan Fernández —Juancho Chuchita— y Nicolás Hernández —Nico—.

Donde lo sientan no se levanta ni habla. Su silencio habla por él. Su humildad y sencillez son tan grandes que en 2007, al ganar el premio Grammy Latino en la categoría música folclórica con el disco Un fuego de sangre pura, un periodista le preguntó: “¿Usted sabe lo que es un Grammy?”. Contestó: “No sé”.

Y el reportero le siguió preguntando: “¿Qué sintió usted después de recibir semejante premio?”. Toño agregó: “¡¡Nada!!. ¡Como si me hubieron dado un buen desayuno en los Montes de María y más na!”.

Nacido el 20 de enero de 1930 en el corregimiento Las Mercedes, de San Jacinto, Toño García es un virtuoso en la ejecución de la gaita hembra, la que tiene cinco huecos, la que repica. La gaita macho posee dos agujeros y suena como un hombre que oye a su mujer y se limita a responder “mmmjjjmm”.

Desde muy niño se dedicó con su padre a hacer parir la tierra. Aprendió a cultivar para conseguir los frutos con que se alimentaba su familia. Crecía y crecía escuchando el sonido de la chuana hembra —como los indios zenufana llamaban a la gaita—, ejecutada por Manuel de Jesús Mendoza, Mañe, hijo del otro tradicional gaitero Teófilo Mendoza. Mañe Mendoza, como lo llamaban en el pueblo, fue su maestro, le enseñó todos los trucos para sacar lo mejor de todas esas animalejas, las flautas.

Toño no se perdía ningún toque de gaita donde lo realizara su maestro. Lo acompañaba y, cuando ya Mañe estaba agotado, le decía: “Toca, y demuestra que has aprendido a ejecutar mi gaita hembra”.

Cuando tenía 19 años se enamoró de Candelaria García Díaz, quien le daría cuatro hijos. Ella tenía 17 años. No habían cumplido la mayoría de edad. Pero el amor no respeta pinta y se la sacó, como dicen en San Jacinto, y se fue a vivir con ella.

Se conocían desde los siete años en su terruño. Pertenecían a la familia de los Arrochelados, unión libre entre afrodescendientes del palenque, indios zenufana y blancos que llegaban a cultivar la tierra para hacerla parir el tabaco y demás especies de frutos alimenticios y medicinales de los Montes de María La Alta. Estos Arrochelados vivían “sin ley ni Dios ni Santa María”, como decían los abuelos.

Al morir Mañe Mendoza, Toño García entró al grupo Los Auténticos Gaiteros de San Jacinto, que dirigía el famoso Toño Fernández, el gaitero mayor. Al fallecer este, Nicolás Hernández Vásquez, sobrino de Toño Fernández, heredó la dirección del grupo y se consolidó más la unión con Toño García. Jamás discutieron o pelearon, ni por un centavo más ni un centavo menos.

Todo lo hacían para que el conjunto Los Auténticos Gaiteros de San Jacinto se proyectara más y más en todo el mundo. Nicolás y Toño García, almas de la agrupación, se convirtieron en maestros de maestros para todos los que se arrimaran a su casa con el deseo de fabricar y aprender a tocar las chuanas.

Cuando se integró a Los Auténticos Gaiteros de San Jacinto, Candelaria pensó que lo había perdido, porque comenzó a viajar con el conjunto por casi todo el mundo y duraban de tres a cuatro meses sin regresar al pueblo. Ella se quedaba como Penélope en la Odisea de Homero: tejiendo hamacas, pellones, fajas, para complementar las entradas a la precaria economía familiar y no dejar que sus cuatro hijos se murieran de hambre. Hasta que Toño regresaba al pueblo con la platica que había ganado en sus presentaciones ejecutando la gaita hembra.

Candelaria, fallecida en 2019, solía decir: “La madre es la que cría. El padre es el que lleva”. Es un padre ejemplar. Jamás golpeó a sus hijos, por mucha pilatuna que hicieran.

Alguna vez, contaba Candelaria, uno de sus hijos se portaba mal y cuando Toño llegaba de las giras se lo decía. Y él, de una, ordenaba a su hijo malcriado que se encerrara en el cuarto, que lo iba a azotar. Este hijo le hacía caso y Toño tomaba un periódico y lo enrollaba, convirtiéndolo en una vara. Entraba al cuarto y le decía a su hijo: “Cuando yo le dé con el periódico a la pared del cuarto, tú gritas”, y así lo hacía. Golpeaba la pared con el periódico y su hijo chillaba, y su mujer decía: “Dale duro, pa’ que respete”. Todos creían que había castigado a su hijo. Jamás los maltrató.

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