EL CONDENADO POR DESCONFIADO, atribuida a TIRSO DE MOLINA: Acto I, vv. 721-884

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CONSTANTINO MORÁN es ENRICO
El condenado por desconfiado
Edición de Alfredo Rodríguez López-Vázquez
Acto I, vv. 721-884

ENRICO:
Yo nací mal inclinado,
como se ve en los efetos
del discurso de mi vida,
que referiros pretendo.
Con regalos me crié
en Nápoles, que ya pienso
que conocéis a mi padre,
que aunque no fue caballero
ni de sangre generosa,
era muy rico; y yo entiendo
que es la mayor calidad
el tener en este tiempo.
Crióme, al fin, como digo,
entre regalos, haciendo
travesuras cuando niño,
locuras cuando mancebo.
Hurtaba a mi viejo padre,
arcas y cofres abriendo,
los vestidos que tenía,
las joyas y los dineros.
Jugaba, y digo jugaba
para que sepáis con esto
que de cuantos vicios hay
es el primer padre el juego.
Quedé pobre y sin hacienda
y, como enseñado a hacerlo,
di en robar de casa en casa
cosas de pequeño precio;
iba a jugar y perdía;
mis vicios iban creciendo.
Di luego en acompañarme
con otros del arte mesmo;
escalamos muchas casas,
dimos la muerte a sus dueños;
lo robado repartimos
para dar caudal al juego.
De cinco que éramos todos,
sólo los cuatro prendieron,
y nadie me descubrió
aunque les dieron tormento.
Pagaron en una plaza
su delito, y yo con esto,
de escarmentado, acogime
a hacer a solas mis hechos.
Íbame todas las noches
solo a la casa del juego,
donde a la puerta aguardaba
a que saliesen de adentro.
Pedía con cortesía
el barato, y cuando ellos
iban a sacar qué darme,
sacaba yo el fuerte acero,
que riguroso escondía
en sus inocentes pechos,
y por fuerza me llevaba
lo que, ganando, perdieron.
Quitaba de noche capas;
tenía diversos hierros
para abrir cualquiera puerta
y hacerme capaz del dueño.
Las mujeres estafaba,
y, no dándome el dinero,
visitaba una navaja
su rostro luego al momento.
Aquestas cosas hacía
el tiempo que fui mancebo;
pero escuchadme y sabréis,
siendo hombre, las que he hecho.
A treinta desventurados
yo solo y aqueste acero,
que es de la muerte ministro,
del mundo sacado habemos:
los diez, muertos por mi gusto,
y los veinte, me salieron,
uno con otro, a doblón.
Diréis que es pequeño precio:
es verdad, mas, ¡voto a Dios
que en faltándome el dinero,
que mate por un doblón
a cuantos me están oyendo!
Seis doncellas he forzado.
¡Dichoso llamarme puedo,
pues seis he podido hallar
en este infelice tiempo!
De una principal casada
me aficioné. Ya resuelto,
habiendo entrado en su casa
a ejecutar mi deseo,
dio voces, vino el marido
y yo, enojado y resuelto,
llegué con él a los brazos,
y tanto en ellos le aprieto
que perdió tierra, y apenas
en este punto le veo,
cuando de un balcón le arrojo
y en el suelo cayó muerto.
Dio voces la tal señora,
y yo, sacando el acero,
le metí cinco o seis veces
en el cristal de su pecho,
donde puertas de rubíes
en campos de cristal bellos
le dieron salida al alma
para que se fuese huyendo.
Por hacer mal solamente,
he jurado juramentos
falsos, fingiendo quimeras,
hecho máquinas y enredos,
y a un sacerdote que quiso
reprenderme con buen celo,
de un bofetón que le di
cayó en tierra medio muerto.
Porque supe que encerrado
en casa de un pobre viejo
estaba un contrario mío,
a la casa puse fuego,
y, sin poder remediallo,
todos se quemaron dentro,
y hasta dos niños hermanos
ceniza quedaron hechos.
No digo jamás palabra
si no es con un juramento,
un ¡pésete! o un ¡por vida!,
porque sé que ofendo al Cielo.
En mi vida misa oí,
ni estando en peligros ciertos
de morir me he confesado,
ni invocado a Dios eterno.
No he dado limosna nunca,
aunque tuviese dineros:
antes persigo a los pobres,
como habéis visto el ejemplo.
No respeto a religiosos:
de sus iglesias y templos
seis cálices he robado
y diversos ornamentos
que sus altares adornan.
Ni a la justicia respeto:
mil veces me he resistido
y a sus ministros he muerto;
tanto, que para prenderme
no tienen ya atrevimiento.
Y finalmente, yo estoy
preso por los ojos bellos
de Celia, que está presente;
todos la tienen respeto
por mí, que la adoro, y cuando
sé que la sobran dineros,
con lo que me da, aunque poco,
mi viejo padre sustento,
que ya le conoceréis
por el nombre de Anareto.
Cinco años ha que tullido
en una cama le tengo,
y tengo piedad con él
por estar pobre el buen viejo,
y porque soy causa al fin
de ponelle en tal extremo,
por jugarle yo su hacienda
el tiempo que fui mancebo.
Todo es verdad lo que he dicho,
¡voto a Dios!, y que no miento.
Juzgad ahora vosotros
cuál merece mayor premio.

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