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Joaquim Partagàs i Jaquet nació en 1848 en la calle de la Princesa, en el actual número 45, situado en el corazón del barrio de la Ribera. Su familia tenía sus raíces en Sant Martí de Partagàs, hoy conocido como Sant Celoni, donde eran propietarios de una finca. Nació marcado por la pérdida de su madre en el parto y la llegada de tres hermanastros por un segundo matrimonio de su padre. Lejos de ser el heredero, buscó su propio camino desde muy joven.
A los 14 años (1862), entró como aprendiz en una droguería de la Plaza del Oli. El joven se sintió atraído por los espectáculos de prestidigitación de los hermanos Herrmann, Buatier de Kolta y Fructuós Canonge, que pasó de lustrar zapatos en la Plaza Real a convertirse en el ilusionista de la Corte Real.
Seis años después, en 1868, tras el estallido de la revolución de "La Gloriosa" que derrocó a Isabel II, Joaquim y su hermano Urbano decidieron a “hacer” las Américas, buscando nuevas oportunidades. Su padre les dio el dinero para pagar el pasaje con la condición de que se lo devolvieran al regresar. Pasaron sesenta y nueve días navegando desde Barcelona hasta llegar al puerto de Buenos Aires.
Después de ocho años, en 1876, los hermanos regresaron a Barcelona para abrir en la Plaza de Sant Jaume un salón fotográfico llamado Partagàs Hermanos. Urbano se puso al frente del negocio. Joaquim, regresó a Argentina a mediados de 1877, donde su admirado mago catalán Fructuós Canonge (1824-1890) lo esperaba para convertirse en su mentor.
Fructuós había debutado en los Campos Elíseos del Paseo de Gracia (1858) y ahora era conocido como “El Merlín español”. Partagàs presentó sus espectáculos en América del Sur hasta que, a principios de 1878, decidió regresar a Barcelona, debutando en el Teatro Romea el 23 de enero de ese mismo año.
En busca de un trabajo estable que le permitiera compaginar sus actuaciones por media España, compró el traspaso de la tienda del mago Conde Patricio que había muerto repentinamente. Estaba en su calle, en la calle Princesa, 7 (hoy 5). La abrió con el nombre de “El Rey de la Magia”. (1878).
Al año siguiente (1879) se casó Loreto Antiga i Mas (6 de diciembre de 1879), con quien tendrá dos hijos, Teresa (1880-1960) y Ernest. (1883-1918). Además de vender artículos de magia y linternas mágicas traídas directamente desde París, presentaba espectáculos de pequeño formato conocidos como "cuadros disolventes".
Estos espectáculos ópticos se caracterizaban por la transición suave y gradual de una imagen a otra. Esto se lograba utilizando dos linternas mágicas con lentes superpuestas. Al poco tiempo trasladó su negocio a la Rambla de las Flores, num. 4 y en la calle Dagueria. En 1881 volvió a instalarlo en la calle Princesa número 12. En 1895, Joaquim Partagàs traslada su domicilio a un piso de la calle Princesa 11 y también cambia el establecimiento al local dos del numero 11, donde continua hoy en día.
Joaquín sabía que París era el epicentro de los avances tecnológicos. Viajó a la Ciudad Luz para visitar la Exposición Universal de 1889 y asistió a la presentación del cinematógrafo por los hermanos Lumière en 1895. Durante su estancia, también asistió al Theatre Robert-Houdin, que Georges Méliès había comprado a la viuda de “Houdini” (1805-1875). Inmediatamente vio las posibilidades de replicar este negocio en Barcelona.
Al regresar, inauguró en la Rambla del Centro, núm. 30 su Salón Mágico (1894-1900), el primer teatro estable de Barcelona especializado en magia.
Tenía capacidad para 40 espectadores, quienes pagaban una peseta por entrada. Abría los jueves, días festivos y vísperas de festivos, ofreciendo dos sesiones diarias que incluían espectáculos de prestidigitación, sombras chinescas, sesiones de hipnosis, proyecciones con linterna mágica y "visiones".
Sus shows más exitosos fueron “la Galatea” y "La cabeza del decapitado" en el cual una cabeza sobre una mesa parecía moverse y gesticular por sí sola. El secreto residía en ingeniosos espejos escondidos y un hombre situado debajo de la mesa, que manipulaba la cabeza a través de un orificio.
La ilusión se mantuvo intacta hasta que un espectador lanzó una piedra que rompió los espejos, revelando al hombre detrás del truco. Además de las sesiones estrictamente dedicadas a la magia, el ilusionismo y la prestidigitación ofrecía una de las atracciones que más impresionaban en aquellos días, los “Panoramas”.
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