Falleció mi papá el domingo.
Mi viejo. El jefe.
Me duele en el corazón.
Lo amo. Lo extraño. A duras penas he podido dormir sin verlo en mis sueños.
Desde que nacemos, sabemos que este día va a ocurrir.
Es el precio que pagamos por crecer y desarrollarnos.
Pero uno sencillamente no lo acepta.
No lo asimila. ¿Quién lo haría? Hasta que llega.
Me tocó este domingo. Se fue y ha dejado un vacío enorme en nuestros corazones.
Si me permites este momento de absoluta vulnerabilidad, te quiero contar tres historias y lecciones que recuerdo de él para que me ayudes a recordarlo juntos…
Historia 1: el regalo doloroso
En mi primera comunión hace muchos años recuerdo perfectamente estar jugando futbol con mis amigos, mientras veía a lo lejos que mi papá me hablaba.
Era una fiesta al aire libre, y había mucha gente.
Me asomé a ver qué quería mi papá y veía que otro niño estaba abriendo un regalo. Supuse que mi papá me tenía un regalo a mí.
Cuando llegué, me dijo que iba a hablar en la fiesta.
Tomó un vaso, lo golpeó con su tenedor y dijo “silencio, que mi hijo va a hablar”.
Odié esas palabras. Le dije que no quería hablar y que pensaba que me tenía un regalo, que por eso había ido.
Me respondió: este es un regalo, algún día lo entenderás. Y así, di un discurso en mi primera comunión.
Moraleja de la historia 1: Los regalos de crecimiento no se sienten como regalos porque son dolorosos, son difíciles.
Eventualmente, cuando los interiorizamos, sabemos que efectivamente eran regalos. Aprendamos a regalar crecimiento.
Gracias jefe, por tantos regalos.
Historia 2: La aventura en la cueva y la oportunidad de conocerme
Mi papá fue un aventurero de corazón.
Le encantaba viajar por carretera, escalar montañas, hacer hiking y espeleología (el arte de entrar a cuevas).
Cuando era niño, me invitó a recorrer una cueva junto con un amigo de él que era fotógrafo de National Geographic.
Al principio, estaba emocionado.
Después de preparar todo el equipo y viajar un par de horas por carretera, nos internamos en una cueva.
Llevábamos solamente la lámpara de cabeza y provisiones. Al inicio fue increíble.
Dos horas después de estar dentro de la cueva, me empecé a desesperar. Era obscuridad total mientras avanzábamos. No entendía qué más íbamos a ver.
Me paré y le dije a mi papá:
“Granje (así le decía a mi papá como abreviación de gran jefe) aquí ya no hay nada más que obscuridad. No hay nada más que ver. Ya vi todo. Ya quiero irme”.
“No vienes a ver la cueva, te vienes a ver a ti en la obscuridad”.
Sus palabras textuales no las recuerdo, pero fueron algo así.
La cueva era el conducto con el cual dominaba su narrador interno, le daba paz.
Moraleja de la historia 2: tenemos que perdernos en el mundo para encontrarnos nosotros mismos. El único camino al crecimiento está en el autoconocimiento. Abracemos la obscuridad.
Gracias jefe, por entender la aventura de la vida
Historia 3: La del último día que hablé con él
El sábado en la noche fue el último día que hablé con él.
Hablamos bastante y cerca del final de la conversación le empecé a contar de algunos problemas que traía.
Han sido semanas complicadas. Mientras le contaba todos mis “problemas” me paró en seco y me dijo: “tienes todo para ser feliz”.
Fue su manera de decirme “a ver, tengo la muerte aquí en mi visión periférica (había tenido un infarto en 2021) y todo eso que me cuentas no importa nada. Al final todos, nos vamos y deberíamos estar jugando un juego diferente. De trascendencia, de legado, de excelencia. “
Moraleja de la historia 3: Por alguna razón, aunque tengamos todo, nos reusamos a ser felices.
Tienes todo para ser feliz.
Gracias, gracias, gracias.
Te vamos a extrañar mucho, pero estoy seguro ya estás allá ocupado preparando nuestra llegada.
Arq. Carlos Rodolfo Muñoz Vázquez
1949-2024
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