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Soltero por este fin de semana. Mi novia publicó un video besándose apasionadamente con un desconocido mientras sus amigas mimadas la animaban. No me enojé. Solo saqué mi teléfono e hice algo que la haría arrepentirse profundamente. Melissa y yo llevábamos casi cuatro años juntos. Trabajo en gestión de construcción en Phoenix y gano ciento veinticinco mil dólares al año. Ella se mudó a mi casa hace dieciocho meses y poco a poco dejó de contribuir económicamente, mientras gastaba cientos de dólares cada semana en extensiones de pestañas, uñas, ropa de diseñador y estilistas profesionales. Durante el último año, yo había cubierto todo: hipoteca, servicios, comida, seguro de su coche e incluso su factura de teléfono. Cada vez que le preguntaba por qué no aportaba nada, lloraba diciendo que su apariencia era esencial para sus oportunidades profesionales. Hace tres semanas, Melissa y sus amigas planearon un viaje de chicas a Miami. Cuando se fue, ya había gastado tres mil cuatrocientos dólares en vuelos, hotel, dinero para gastos y nuevos atuendos. El viernes por la tarde, mi mejor amigo Jake me llamó: “Mira las historias de Instagram de Melissa ahora mismo.” La primera mostraba a Melissa en un bar en la azotea con el pie de foto: Fin de semana de chicas solteras. Sin chicos permitidos. La siguiente la mostraba bailando con un tipo, con sus manos por todo su cuerpo. El pie decía: “En Miami, todo se vale.” Luego, un video de ella besándolo mientras sus amigas aplaudían. Pero la última historia fue la que me destruyó. Melissa en el regazo de otro hombre en una zona VIP con botellas de champán por todas partes. El pie de foto decía: Nuevo patrocinador. Hora de mejorar. Se estaba anunciando como disponible para apoyo financiero, mientras yo había pagado todo el viaje. El sábado por la mañana, Jake llegó con un plan de acción. Desmantelé todo, paso a paso. Cancelé su vuelo de regreso. La eliminé de mi plan telefónico y de mi seguro de coche. Anulé su acceso autorizado a mis tarjetas de crédito. Cancelé todas las suscripciones y servicios que pagaba por ella. Cambié todas las contraseñas, activé la autenticación de dos factores y moví mi dinero a cuentas que no podía tocar. Su teléfono dejaría de funcionar en cuestión de horas. Sus tarjetas serían rechazadas en todas partes. Cada comodidad que tenía desaparecería. El domingo por la noche, sonó el teléfono fijo. Era Melissa, llamando desde la recepción del hotel. Dejé que el contestador grabara. Nueve minutos de pánico desesperado. Su teléfono no funcionaba. Sus tarjetas fueron rechazadas y ninguna de sus amigas quiso ayudarla. Resultó que el tipo de la zona VIP no estaba interesado en “patrocinar” a nadie más allá de una noche de copas. El martes tuve otra idea. Melissa llevaba tiempo intentando convertirse en influencer de estilo de vida, cuidando su Instagram para parecer exitosa y centrada en su relación. Esas historias de Miami seguían visibles. No podía borrarlas sin su teléfono. Hice capturas de pantalla y las envié a todas las marcas con las que había intentado colaborar, acompañadas de correos formales explicando qué tipo de contenido publicaba la persona que querían representar sus productos. El miércoles descubrí que Melissa nunca había establecido una tenencia legal al mudarse conmigo. Sin contrato, sin arrendamiento, solo una invitada sin derechos legales sobre mi propiedad. El jueves me llamó su madre. Le conté todo y le envié las capturas. “No me sorprende,” dijo Karen. “Hizo lo mismo con su exnovio.” Resultó que Melissa tenía un patrón establecido: mudarse con hombres de ingresos estables, dejar de contribuir y buscar un “mejor postor.” El viernes finalmente contesté una de sus llamadas. “Tyler, por favor. Estoy atrapada aquí, sin dinero y sin lugar donde quedarme.” La dejé hablar quince minutos, escuchando promesas cada vez más desesperadas. “Melissa, llamaste a otro hombre tu patrocinador mientras gastabas mi dinero. Te anunciaste como soltera mientras vivías en mi casa sin pagar nada. Se acabó. Arréglatelas tú sola.” Una semana después, las historias de Miami ya circulaban entre todo nuestro círculo social. Las marcas rompieron contratos con ella. Sus sueños de influencer murieron. Abrió una cuenta en GoFundMe pidiendo cuatro mil quinientos dólares, alegando abuso financiero. Recaudó doce antes de ser eliminada. El jueves apareció en mi trabajo, con aspecto de haber dormido en su coche. La ropa de diseñador sustituida por unos vaqueros arrugados, sin maquillaje, el cabello sucio. “Cometí un error horrible. Nadie me contrata porque esas capturas aparecen en todas partes. Vivo en mi coche. Ayúdame a empezar de nuevo.” Miré a la mujer que me había tratado como un cajero automático humano mientras planeaba reemplazarme. “Llamaste a otro hombre tu patrocinador mientras yo pagaba tu viaje.” “¿No crees en las segundas oportunidades?” “Creo en las consecuencias.” Querías que alguien más te mantuviera....