Por qué en el futuro no todos los trabajos los hará un robot

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Hace algunos meses, una página web con el explícito título de “Will robots take my job?” (algo así como ¿Me quitarán los robots el trabajo?) sumió a la mayoría de personas que la consultaron en la melancolía. Su nombre, provocador, y su golosa atracción hacia el miedo que sufre gran parte de la población llevó a que la propuesta ocupara espacio en grandes medios de comunicación, animando un debate que se tiene desde hace tiempo. Su funcionamiento es simple: introduces tu profesión y la página te muestra el porcentaje de probabilidades que existen de que un robot haga tu trabajo en un futuro cercano. Conductores, programadores, albañiles, dependientes y técnicos de todo tipo pueden comprobar en un instante lo contingentes que llegarán a ser en pocos años como mano de obra (o, ironías del vocabulario, como recursos humanos). Los datos de la web están basados en un estudio llevado a cabo por la universidad de Oxford en 2013 que pinta un panorama poco halagüeño para quienes ven cómo sus años de formación y experiencia serán echados a la cuneta por una máquina. Ante este panoraba, Bill Gates o Elon Musk ya han sugerido que los robots deberán pagar impuestos para compensar las pérdidas de empleo que van a generar.

Pero no todo el mundo comparte esa visión pesimista. Thomas Frey, ingeniero, divulgador y una de las personalidades más relevantes cuando se trata de predecir qué nos va a deparar la tecnología, opina que lo que vendrá en los próximos años no tiene porqué ser una hecatombe. “El futuro crea el presente, asegura Frey. La mayoría de la gente cree que lo que hacemos hoy determina el futuro, pero es al contrario, las imágenes que tenemos del futuro es lo que construye el presente”. La evidencia de que habrá muchos trabajos que terminarán desapareciendo o siendo realizados por robots no es nueva. El propio Frey advertía ya en 2012 que para el 2030 habrán desaparecido 2.000 millones de empleos, pero más que un mensaje negativo lo suyo es una llamada de atención a los gobiernos y las empresas para iniciar un cambio necesario.

Thomas Frey es el fundador del Da Vinci Institute, un think tank que toma el nombre del genio renacentista para proyectar un futuro alejado de las distopías que pinta la ciencia ficción. En su web realizan toda una declaración de intenciones: “creemos que el futuro será brillante, divertido y emocionante. Seguro que tendremos que superar retos y contratiempos, pero cada problema crea una oportunidad. Con la educación adecuada, los beneficios de la tecnología futura superan con creces los riesgos”. La educación es, precisamente, la piedra angular sobre la que Frey cree que deben construirse los nuevos modelos: “aquí se encuentra la gran oportunidad, pero nadie ha conseguido crackear ese código todavía. Creo eso sucederá antes del 2030”. No parece que el mundo tenga ahora precisamente la educación como una de sus mayores prioridades (basta echar un ojo a los presupuestos que se le destinan en comparación, por ejemplo, con los gastos militares), pero si damos por buena la teoría de Frey, deberíamos aceptar su consejo y comenzar a pensar cómo queremos que sea dentro de unas décadas. Y permitir que esa imagen comience a llamarnos desde el futuro.

Entrevista y edición: Zuberoa Marcos, Noelia Núñez, Douglas Belisario
Texto: José L. Álvarez Cedena
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