Bajo el viejo árbol de moras, donde el sol apenas lograba colarse entre las ramas, los niños del pueblo se reunían todas las tardes para escuchar las historias de Tío Agustín. Ahí estaba él, con su sombrero de alas rectas, una pajita de trigo entre los labios y ese bigote amarillo que todos creían que el tiempo había pintado.
Aquella tarde, el molino de viento del huerto comenzó a girar más rápido de lo normal. Los niños lo miraban con curiosidad, y fue Luisito, el más travieso, quien corrió hacia Tío Agustín.
—¡Tío Agustín, el molino está girando como loco! ¡Va a despegar! —gritó Luisito.
Tío Agustín soltó una risita y dijo:
—No despegará, Luisito. Pero si sopla el viento del norte, podría ser que el molino haya despertado su magia.
—¿Magia? ¿Qué tipo de magia?
—La magia de los deseos pequeños —dijo Tío Agustín—. Pero solo si saben desear con responsabilidad.
Los niños, emocionados, comenzaron a acercarse al molino. Anita, la primera, susurró:
—Quisiera un ramito de flores para mi mamá.
El molino giró suavemente, y un pequeño ramo de margaritas apareció a sus pies. Luego fue Tomasito, quien pidió una manzana roja porque tenía hambre, y el molino le entregó una manzana brillante y jugosa. Los niños gritaban emocionados.
Pero Luisito, con una sonrisa traviesa, gritó:
—¡Yo quiero una montaña de caramelos!
El molino comenzó a girar más rápido que nunca, hasta que una montaña de caramelos apareció frente a ellos. Al principio, todos celebraron, pero pronto las cosas se salieron de control. Luisito resbaló intentando trepar, los niños peleaban por los dulces y el huerto quedó desordenado y pegajoso.
Tío Agustín se levantó y caminó hacia el molino.
—¡Alto, alto! —dijo con calma—. Los deseos son como semillas: si siembras demasiado, la tierra no podrá sostenerlas.
Los niños lo miraron atentos.
—Un deseo pequeño puede alegrar el corazón, pero pedir demasiado puede volverse un problema.
Luisito, con caramelos pegados en el cabello, bajó la cabeza avergonzado.
—Lo siento, Tío Agustín.
Tío Agustín sonrió.
—La magia está en disfrutar lo justo y necesario, no en tenerlo todo.
Los niños limpiaron el huerto y Luisito compartió los caramelos. Al caer el sol, se sentaron de nuevo bajo el árbol de moras mientras el molino dormía tranquilo, satisfecho de haber dado una lección importante.
La moraleja de la historia es que debemos de ser responsables con nuestros deseos. Desear tener mas de lo que necesitamos, puede traernos problemas.
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