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El escenario está preparado para lo que muchos llaman un "mega pacto" entre Estados Unidos y Arabia Saudita, un pacto que promete remodelar alianzas, alimentar controversias y potencialmente alterar el equilibrio de poder en el volátil Medio Oriente.
Durante meses, los pasillos del poder en Washington y Riad han estado llenos de rumores sobre un "mega pacto" que podría redefinir el panorama militar y estratégico de Medio Oriente. Inicialmente, parecía que este monumental acuerdo se desmoronaría en medio del tumulto que siguió a las maniobras invasivas de Israel en Gaza el 7 de octubre de 2023. Sin embargo, los vientos de cambio traídos por la administración de Biden han transformado este acuerdo en un golpe maestro de la diplomacia.
Concebido en los think tanks estratégicos en septiembre de 2023, este pacto tenía como objetivo profundizar las raíces de los Acuerdos de Abraham, acuerdos bilaterales encabezados por la administración Trump y nutridos por el equipo de Biden. Estos acuerdos buscaban armonizar las relaciones entre Israel y varios estados árabes, creando un baluarte contra Irán y al mismo tiempo girando el enfoque geopolítico estadounidense hacia las crecientes amenazas en el Indo-Pacífico.
El pacto, si hubiera sido aprobado sin problemas en el Congreso –donde enfrentó el escepticismo de algunos sectores– habría marcado un triunfo significativo en las relaciones entre Estados Unidos y Arabia Saudita. Sin embargo, cuando la realidad de las fricciones geopolíticas se fue imponiendo, particularmente después de la escalada en Gaza, los sauditas, liderados por el carismático pero polémico príncipe heredero Mohammed bin Salman, presentaron un Plan B. Esta alternativa eliminó las complejidades y se centró en una defensa bilateral. Pacto desprovisto de las espinosas cuestiones que rodean la normalización directa con Israel.
Uno de los elementos más electrizantes de este posible acuerdo es su enfoque en la energía nuclear civil, un tema que tiene a expertos y formuladores de políticas de todo el mundo al borde de sus asientos. ¿El miedo? Que Arabia Saudita, bajo la apariencia de un programa pacífico de energía nuclear apoyado por Estados Unidos, podría estar trazando un camino clandestino para desarrollar bombas nucleares. Esta preocupación no es infundada, ya que la historia ha demostrado con qué facilidad los programas nucleares civiles pueden desviarse para fines militares.
Apenas la semana pasada, los medios de comunicación, desde Reuters hasta The New York Times y The Guardian, comenzaron a publicar informes de que Arabia Saudita estaba a punto de finalizar este colosal acuerdo con Estados Unidos. Términos como "mega pacto" y "gran acuerdo" no se usan a la ligera aquí: subrayan los cambios sísmicos que este pacto podría traer, incluido un pacto de defensa mutua y empresas cooperativas en campos de vanguardia como la inteligencia artificial y, lo más polémico, la energía nuclear.
Originalmente, se suponía que este gran acuerdo estaría estrechamente vinculado a la normalización de las relaciones de Arabia Saudita con Israel. Sin embargo, un importante escollo ha obstaculizado el proceso: la insistencia saudita en que la normalización debe incluir el reconocimiento israelí de un camino hacia un Estado palestino, algo que el actual liderazgo israelí se ha negado rotundamente. Con la normalización fuera de la mesa por ahora, la trayectoria del acuerdo ha cambiado.
A pesar del contratiempo de la normalización, los informes desde principios de mayo sugieren que el "mega pacto" entre Estados Unidos y Arabia Saudita todavía está en juego, aunque sin la participación directa de Israel. Ahora la atención se ha centrado en mejorar las capacidades nucleares de Arabia Saudita como medio para diversificar su cartera energética aparte del petróleo, una medida que es a la vez estratégica y controvertida.
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