Alimentación y autismo.

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Una buena alimentación, adecuada a cada persona, repercute en su bienestar. Esto que parece obvio no lo es tanto en el autismo por una serie de confusiones y desinformación.
En los años 90 del siglo pasado se vinculó (desde la llamada "biomedicina") las características del autismo con dificultades en la absorción de determinadas sustancias en el intestino delgado y su paso a nivel cerebral. Se habló, así, de dietas para "curar" o "recuperar" del autismo.
Hoy sabemos que esto es falso y que si alguna dieta especial se necesita no es por el autismo sino por alguna coocurrencia gástrica.
De la misma manera, la microbiota en el autismo es diferente en muchos autistas no por el autismo sino por la alimentación restrictiva. Muchos autistas tienen restrictividad en su alimentación por temas sensoriales, de rutina y predictibilidad o de presentación de los alimentos. Para generar una alimentación balanceada se debe conocer el perfil sensorial y cognitivo de cada autista.
En el autismo hay coocurrencias gástricas que afectan la conducta y que una vez trabajadas mejoran la disposición general de la persona. No porque el autismo ha sido mejorado sino porque una dolencia ha sido aliviada. Se debe trabajar en conjunto con un gastroenterólogo no sólo para casos de celiaquía sino, también, para otras dificultades gástricas que en el caso de autistas no hablantes determinan una mejora notable en su calidad de vida frente a dolencias que no pueden expresar.
Cuando nos sentimos sanos podemos interactuar mejor con el entorno. Un neurotípico con un problema intestinal resuelto no habrá mejorado su neurotipicidad, estará con mejor disposición porque tiene una mejora en su salud física. Lo mismo para el autismo.

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