La educación, buena o mala, se adquiere desde el lugar en el que se nace, se crece y se vive.
Hay un refrán mexicano que dice que la educación se mama con la leche. El amor también. Desde pequeños aprendemos a amar desde que nacemos, crecemos y lo vivimos.
Y sí, efectivamente, también el amor se mama con la leche. Al respecto, un amigo mío, muy querido Pepe Armenta, me compartió un cuento de Robert Munsch que se llama Siempre te querré y que entre líneas habla justamente de esto y lo quiero compartir contigo. Y dice así.
Una madre cargaba a su nuevo bebé y muy despacio lo arrullaba de aquí para allá y de allá para acá. Y mientras lo arrullaba le decía, para siempre te amaré, para siempre te querré y mientras en mí haya vida, siempre serás mi bebé.
El bebé crecía, crecía y crecía. Y a los dos años corría por toda la casa y jalaba los libros de los estantes. Sacaba toda la comida del refrigerador, agarraba el reloj de su mamá y lo tiraba al inodoro. Algunas veces su mamá le decía, este niño me está enloqueciendo.
Pero cuando finalmente llegaba la noche y aquel pequeño se quedaba dormido, ella abría la puerta de su cuarto y lentamente gateaba hasta su cama.
Lo miraba desde abajo y si él realmente se había quedado dormido. Ella lo levantaba entre sus brazos y lo mecía de aquí para allá y de allá para acá. Mientras le decía, para siempre te amaré, para siempre te querré y mientras en mí haya vida, siempre serás mi bebé.
Mientras tanto aquel niño crecía, crecía, crecía y crecía. Y a la edad de nueve años nunca se quería bañar, nunca quería cenar.
Y cuando llegaba la abuela la llenaba de palabras malas. Algunas ocasiones su madre deseaba venderlo al zoológico.
Pero cuando llegaba la noche y aquel muchacho estaba dormido, su madre lentamente abría la puerta de su cuarto y a gatas se acercaba hasta su cama y desde abajo lo veía.
Y una vez que el muchacho estaba dormido, ella levantaba aquel muchacho de nueve años y en sus brazos lo mecía de allá para acá y de aquí para allá.
Mientras le decía, para siempre te amaré, para siempre te querré y mientras en mí haya vida, siempre serás mi bebé. Mientras tanto el chico crecía, crecía y crecía hasta que llegó a ser joven.
Tenía amigos raros, escuchaba música rara y se ponía ropa rara. Ahora a veces su madre sentía estar en un zoológico.
Pero cuando llegaba la noche y aquel joven se quedaba dormido, su madre silenciosamente abría la puerta de su cuarto y a gatas se acercaba a su cama y desde abajo lo miraba.
Y ya que se cercióraba de que estuviera realmente dormido, levantaba al joven entre sus brazos y lo mecía de aquí para allá y de allá para acá. Mientras le decía, por siempre te amaré, por siempre te querré y mientras en mí haya vida, siempre serás mi bebé.
Pasaba el tiempo y el joven crecía y crecía y crecía y crecía hasta convertirse en un hombre y entonces se fue de la casa. Se mudó a una casa propia que estaba del otro lado del pueblo.
Algunas veces cuando las noches eran muy oscuras, aquella madre sacaba su automóvil y se dirigía hacia la casa de su hijo.
Y si estaban apagadas todas las luces de su casa, ella lentamente abría la ventana de su cuarto y poco a poco gateaba hasta su cama.
Una vez que se cercioraba de que su hijo ya grande estuviera dormido, lo cargaba, lo arrullaba de allá para acá y de acá para allá mientras le decía, para siempre te amaré y para siempre te querré y mientras en mí haya vida, siempre serás mi bebé.
Bueno, a través del tiempo aquella mujer envejecía y envejecía y envejecía y envejecía. Un día llamó a su hijo y le dijo, sería mejor que vinieras porque ya estoy muy vieja y muy enferma.
Aquel hombre fue a verla y cuando entró a su cuarto, ella trató de decirle, por siempre te amaré, por siempre te querré. Ella no terminó de decirle aquellas palabras.
Estaba muy vieja y muy enferma. Aquel hijo entonces levantó a su madre entre sus brazos, la arrulló de allá para acá y de acá para allá y le dijo, por siempre te querré, por siempre te amaré y mientras en mí haya vida, siempre serás mi madre.
Cuando el hijo regresó a su casa esa misma noche, se quedó pensativo por largas y largas horas en las escaleras.
Después se fue al cuarto de su hijita recién nacida que estaba durmiendo, la tomó entre sus brazos y la arrulló de aquí para allá y de allá para acá y entonces le dijo, por siempre te querré, por siempre te amaré y mientras en mí haya vida, siempre serás mi bebé.
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