CARTA DE AMOR de Cesare Pavese a Pierina

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El amor tiene la virtud de desnudar no a los dos amantes, uno al frente del otro, sino a cada uno delante de sí. Eso decía Cesare Pavese sobre los vínculos. El novelista, poeta y crítico fue una de las más grandes figuras literarias de la Italia del siglo XX. En esta carta, le escribe a Pierina. Pero más que una carta de amor es una confesión reposada y serena de su soledad. Lee el actor, poeta y director Pablo Caramelo.

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Bocca di Magra, Agosto 1950 Querida Pierina, terminé causándote esta aflicción, o esta amargura, pero créeme no podía cumplir de otra forma. La razón inmediata es la inquietud de esta carrera en la que, sin bailar ni conducir, acabo perdedor, pero hay un motivo aún más cierto. Yo estoy, como se dice, al final de la vela. Pierina, quisiera ser tu hermano, primero porque de esa manera no habría una relación frívola entre nosotros-, y además para que tú pudieses escucharme y creerme con confianza. Si me he enamorado de ti no es porque te desease sino porque tú estás hecha con mi misma levadura, actúas y hablas como haría yo, en cuanto hombre, si en vez de haber aprendido a escribir, hubiese tenido tiempo para aprender a estar en el mundo. En realidad, en lo que yo he escrito y en tus días cohabitan la misma elegancia y seguridad. Sé, por lo tanto, con quien hablo. Pero vos, por árida y cínica que seas, no estás al final de la vela como yo. Sos eres joven, increíblemente joven, sos como yo a los veintiocho años cuando, decidido a matarme por no sé qué decepción, no lo hice –tenía curiosidad por el mañana y por mí mismo la vida me había parecido horrorosa pero aún así seguía teniendo interés en mí mismo. Ahora es todo lo contrario: sé que la vida es preciosa, pero yo ya no estoy en ella, todo gracias a mí, y que esta es una fútil tragedia, al igual que tener la diabetes o el cáncer de los fumadores. ¿Puedo confesarte, amor, que nunca me desperté con una mujer a mi lado que sintiese mía, que ninguna de las que amé me tomó en serio, y que ignoro la mirada de agradecimiento que dirige una mujer a su hombre? Y, ¿recordarte que, a causa de mi trabajo, siempre tuve los nervios tensos y la imaginación clara y preparada, y el gusto de ganarme la confianza de los demás? Y, ¿que llevo cuarenta y dos años en el mundo? La vela no puede quemarse por ambas partes –en mi caso la quemé entera por un solo lado y su ceniza son los libros que he escrito. No te digo todo eso para suscitarte piedad sino para clarificar, para que no creas que cuando me enfurruñaba fuera por diversión o para mostrarme intrigante. Yo ya estoy más allá de la política. El amor es como la gracia de Dios, no nos sirve la astucia. En cuanto a mí, te quiero, Pierina. Te quiero como una hoguera. Llamémoslo el último esguince de la vela. No sé si volveremos a vernos. A mí me gustaría –en verdad no anhelo otra cosa- sin embargo, muy a menudo me pregunto qué te aconsejaría si fuera tu hermano. Lástima que no lo soy. Amor. Cesare Pavese

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