Orgullo y Humildad por J. C. Ryle

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Orgullo y humildad
por J.C. Ryle
“Aconteció un día de reposo, que habiendo entrado para comer en casa de un gobernante, que era fariseo, estos le acechaban. Y he aquí estaba delante de él un hombre hidrópico. Entonces Jesús habló a los intérpretes de la ley y a los fariseos, diciendo: ¿Es lícito sanar en el día de reposo? Mas ellos callaron. Y él, tomándole, le sanó, y le despidió. Y dirigiéndose a ellos, dijo: ¿Quién de vosotros, si su asno o su buey cae en algún pozo, no lo sacará inmediatamente, aunque sea en día de reposo?, Y no le podían replicar a estas cosas”. Lucas 14:1-6
Marquemos primero en este pasaje cómo nuestro Señor Jesucristo aceptó la hospitalidad de aquellos que no eran sus discípulos. Leemos que "entró en casa de uno de los principales fariseos para comer pan". No podemos suponer razonablemente que este fariseo fuera amigo de Cristo. Es más probable que solo hiciera lo que era costumbre para un hombre en su posición. Vio a un extraño enseñando religión, a quien algunos consideraban un profeta, y lo invitó a comer en su mesa. El punto que más nos concierne es este: que cuando se hizo la invitación, fue aceptada.
Si queremos saber cómo se comportó nuestro Señor en la mesa de un fariseo, solo tenemos que leer atentamente los primeros veinticuatro versículos de este capítulo. Lo encontraremos igual allí, como en otros lugares, siempre ocupado en los negocios de su Padre. Lo veremos primero defendiendo la verdadera observancia del día de reposo, luego explicando la naturaleza de la verdadera humildad, luego instando a su anfitrión al carácter de la verdadera hospitalidad, y finalmente entregando esa parábola más relevante y sorprendente: la parábola de la gran cena. Y todo esto se hace de la manera más sabia, calmada y digna. Las palabras siempre son oportunas. El discurso es "siempre con gracia, sazonado con sal" (Colosenses 4:6).
La perfección del comportamiento de nuestro Señor aparece en esta, como en todas las demás ocasiones. Siempre dijo lo correcto, en el momento correcto y de la manera correcta. Nunca olvidó, ni por un momento, quién era y dónde estaba.
El ejemplo de Cristo en este pasaje merece la atención cercana de todos los cristianos, y especialmente de los ministros del Evangelio. Arroja una luz intensa sobre algunos puntos más difíciles de nuestra interacción con las personas no convertidas: hasta qué punto deberíamos llevarlo, la manera en que deberíamos comportarnos cuando estamos con ellos. Nuestro Señor nos ha dejado un modelo para nuestra conducta en este capítulo. Será nuestra sabiduría esforzarnos por caminar en sus pasos.

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